Walt Disney nace en Chicago en 1901, el cuarto de cinco hijos. Su infancia transcurre entre mudanzas, pobreza y una relación conflictiva con su padre, Elias, cuya dureza marcó profundamente su carácter.
Las largas jornadas en la granja familiar de Missouri durante su niñez no impidieron que desarrollara un temprano amor por el dibujo. Vendía sus ilustraciones a vecinos por monedas, lo cual revela tanto una vena artística como un espíritu emprendedor innato.
Después de falsificar su edad para enlistarse en la Cruz Roja, es enviado a Europa al finalizar la Primera Guerra Mundial. Allí sirve como conductor de ambulancias, experiencia que lo aleja de su opresivo hogar.
A su regreso, se emplea en una agencia de arte en Kansas City donde conoce a Ub Iwerks, un joven talentoso que se convertirá en su mano derecha creativa. Juntos comienzan a experimentar con técnicas de animación que sentarán las bases del futuro imperio.
El nacimiento de Mickey Mouse
Ante el fracaso comercial de sus primeros emprendimientos, Walt y Roy Disney se trasladan a Los Ángeles y fundan Disney Brothers Studio. Con la incorporación de Ub Iwerks, comienzan a producir cortometrajes.
Tras perder los derechos de su personaje Oswald el conejo afortunado, Walt diseña un nuevo personaje: un ratón originalmente llamado Mortimer. Su esposa Lillian lo rebautiza como Mickey Mouse, nombre que se volvería icónico.
El debut de Mickey ocurre en 1928 con “Steamboat Willie“, una pieza revolucionaria al ser uno de los primeros dibujos animados con sonido sincronizado. El personaje se convierte en símbolo de la marca y en un reflejo de optimismo durante tiempos de crisis. Su éxito abre nuevas posibilidades para la animación como forma de arte y como modelo de negocio.
Aprovechando la popularidad de Mickey Mouse, Disney crea un innovador sistema de licencias que transforma a sus personajes en productos. Desde tazas hasta relojes, Mickey se convierte en una figura omnipresente. Este enfoque comercial sienta las bases del modelo Disney: contenido que genera emoción, y emoción que se convierte en consumo.
Con la creación de nuevos personajes como Goofy, Pluto y el Pato Donald, Disney refuerza su universo. En 1937, desafía las convenciones al lanzar el primer largometraje animado: “Blanca Nieves y los siete enanos“. Contra todo pronóstico, la película es un éxito rotundo que redefine los estándares de la industria cinematográfica.
Innovación, fracasos y resistencia
Pese al éxito de Blanca Nieves, los años siguientes traen desafíos. Películas como “Pinocho” y “Fantasía“, aunque innovadoras, no alcanzan el favor del público. La ambición artística de Walt no siempre coincide con la rentabilidad.
En 1941, una huelga estalla en los estudios Disney, impulsada por la mala remuneración y la prohibición de sindicalizarse. Walt enfrenta el conflicto con discursos idealistas, acusando a los huelguistas de ser comunistas infiltrados.
La huelga dura meses y afecta gravemente la producción. El gobierno interviene, se imponen mejoras laborales, y los trabajadores obtienen mayores derechos. Este episodio revela una tensión estructural entre la creatividad, la autoridad y las condiciones laborales.
Vínculos con el poder y espionaje
Las secuelas de la huelga impulsan a Walt Disney a colaborar activamente con el FBI como informante. En plena Guerra Fría, entrega nombres de supuestos simpatizantes comunistas dentro de la industria. Su participación en el Comité de Actividades Antiamericanas evidencia su firme oposición al comunismo y su deseo de proteger su empresa.
Esta fase también muestra un lado más oscuro del magnate: la instrumentalización de la política para consolidar el control interno y moldear el entorno cultural según su visión. Disney deja de ser solo una fábrica de sueños para convertirse en una herramienta ideológica.
La expansión de Walt
En los años 50, con el respaldo económico de Howard Hughes, Walt inicia una etapa expansiva. Lanza películas que consolidan el canon de la animación infantil: “Cenicienta“, “Peter Pan” y “Alicia en el país de las maravillas“. No obstante, su mayor innovación no está en la pantalla, sino en el espacio físico: Disneyland.
Inaugurado en 1955, el parque temático ofrece una experiencia inmersiva donde los visitantes pueden habitar los mundos que antes solo veían en cine. Es un éxito instantáneo y redefine el concepto de entretenimiento.
En 1964, “Mary Poppins” gana cinco Premios Óscar, incluyendo Mejor Actriz y Mejores Efectos Especiales, posicionando a Disney como un actor central en el cine global.
Caída del liderazgo original
Walt muere en 1967 por cáncer de pulmón. Roy Disney retoma el liderazgo temporalmente, decidido a mantener viva la visión de su hermano. En 1971, Roy también fallece. La empresa, carente de liderazgo carismático, entra en una etapa de inercia. Solo se producen cuatro largometrajes originales en casi veinte años.
El modelo Disney comienza a erosionarse. En lugar de nutrirse con personajes nuevos, la compañía vive de secuelas y reediciones. Se prioriza la estabilidad financiera por encima de la innovación. Aunque los parques y productos siguen siendo rentables, la creatividad —el motor original— se detiene.
La era Eisner-Wells
Ante la pérdida de dirección, en 1984 la junta directiva nombra a Michael Eisner como CEO y a Frank Wells como COO. Eisner, visionario y agresivo, y Wells, meticuloso y equilibrado, forman una dupla formidable. Bajo su liderazgo, Disney resucita con películas que definen una nueva generación: “La bella y la bestia“, “Aladino” y “El rey león“.
Expanden la presencia internacional con parques en París y Tokio, aunque con resultados mixtos. También introducen cruceros y nuevas divisiones de negocio. La empresa entra en una etapa dorada, rescatando la fórmula original del flywheel y adaptándola a las audiencias modernas.
Conflictos internos y traiciones
La muerte de Wells en 1994 desestabiliza la empresa. Jeffrey Katzenberg, figura clave en la animación, esperaba heredar el rol de presidente operativo. Eisner lo margina. Katzenberg demanda a Disney, recibe una compensación millonaria y funda DreamWorks junto a Steven Spielberg.
Eisner, debilitado por decisiones erráticas como la adquisición sobrevalorada de ABC, enfrenta crecientes críticas. Su estilo autocrático y su negativa a delegar minan la moral interna. La empresa entra en una espiral de conflictos que culmina con su salida dos décadas después.
Ascenso de Bob Iger
Bob Iger asume el mando en 2005 con una visión clara: recuperar la creatividad, abrazar la tecnología y expandirse globalmente. Ejecuta con precisión quirúrgica la compra de Pixar, Marvel, Lucasfilm y 21st Century Fox. Estas adquisiciones consolidan el portafolio más poderoso de propiedad intelectual en la industria del entretenimiento.
Iger no solo reactiva el flywheel; lo expande. Establece alianzas estratégicas, mejora la imagen de marca y transforma a Disney en un conglomerado multimedia global. Bajo su liderazgo, la empresa ingresa a una nueva era.
Disney Plus: el arma de doble filo
Disney+ se presenta como una plataforma de streaming enfocada en contenido familiar y control total de la distribución. Lanza con éxito, pero en pocos años acumula pérdidas significativas. Bob Chapek, sucesor de Iger, no logra sostener la estrategia. La falta de cohesión, el exceso de producción y la pérdida de foco debilitan el modelo.
En 2022, las pérdidas superan los 1,500 millones de dólares. La junta directiva llama de nuevo a Iger, quien regresa con un plan de austeridad. Despide a miles de empleados, reduce presupuestos y redefine prioridades. El streaming, aunque central, debe coexistir con una estrategia sostenible.
Reinvención en la incertidumbre
Disney comienza a recuperar terreno. La secuela de “Moana” y la película exclusiva de Taylor Swift apuntan a nuevas formas de conectar con audiencias jóvenes. ESPN se prepara para migrar a un modelo 100% digital. Los parques, antes en crisis, reportan utilidades por primera vez desde la pandemia.
No obstante, las críticas aumentan: precios elevados, experiencia deteriorada y tensiones culturales por políticas de inclusión. El gran desafío de Disney no es solo financiero, sino simbólico: cómo mantener la magia sin traicionar sus valores fundacionales ni desatender las demandas del presente.
Disney no es solo una empresa: es un lenguaje, una narrativa compartida por generaciones. Su historia está marcada por el riesgo, el conflicto y la resiliencia. Desde los trazos infantiles de un niño en Missouri hasta una plataforma global con miles de personajes, parques y franquicias, Disney ha sido capaz de adaptarse sin perder su núcleo creativo.
En un mundo saturado de contenido, el verdadero poder de Disney sigue siendo su capacidad para emocionar, para crear mundos que se quedan en la memoria colectiva. El volante sigue girando, impulsado por sueños que, como el ratón original, nunca envejecen.

10 consejos de negocio que se desprenden del caso Disney
- Nunca dejes de reinventarte, incluso en momentos de éxito.
La longevidad de Disney se explica en parte por su capacidad de adaptarse a nuevos públicos, tecnologías y formas de distribución sin perder su esencia creativa. - El núcleo de tu modelo de negocio debe ser claro y mantenerse fuerte.
El “flywheel” de Disney —crear contenido original que se convierte en productos y experiencias— funcionó porque siempre giró en torno a la innovación narrativa. - La propiedad intelectual es uno de los activos más valiosos.
Desde Mickey Mouse hasta Marvel, el éxito sostenido de Disney se basa en controlar personajes e historias que generan lealtad y se monetizan en múltiples canales. - Una visión poderosa necesita un equipo que la ejecute con precisión.
La dupla Eisner-Wells ejemplifica cómo el equilibrio entre la creatividad y la gestión operacional puede transformar una empresa estancada en un referente mundial. - El liderazgo debe saber cuándo retirarse y cuándo intervenir.
Bob Iger demostró que un CEO también necesita saber cuándo dar un paso atrás y cuándo regresar con firmeza para corregir el rumbo. - La internacionalización requiere sensibilidad cultural.
El fracaso de Disneyland París mostró que copiar y pegar un modelo de negocio sin adaptarlo a las particularidades locales puede ser desastroso. - Las decisiones estratégicas no deben nacer del ego.
Eisner tomó decisiones multimillonarias —como la compra de ABC— motivadas más por rivalidades personales que por análisis racionales, con consecuencias negativas. - Innovar implica riesgos, pero no innovar es más costoso.
La etapa en que Disney evitó crear personajes nuevos para vivir de su legado casi destruye su motor de crecimiento. El estancamiento puede ser letal. - El storytelling no es solo para el público, también es clave para la cultura interna.
Walt Disney motivaba a sus empleados apelando a un propósito más grande: “crear sueños”. Las historias internas ayudan a mantener el compromiso. - Las plataformas digitales deben nacer de una estrategia integral, no solo táctica.
Disney Plus no solo fue una reacción al auge del streaming, sino la culminación de una estrategia de décadas centrada en controlar la narrativa, la tecnología y la experiencia del usuario.