La historia de ambición, poder y corrupción en la FIFA

La historia del fútbol moderno no puede entenderse sin la creación de la FIFA. Fundada en París en 1904 por siete países europeos —Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos, España, Suecia y Suiza—, su propósito inicial era sencillo: establecer reglas comunes para un deporte que crecía rápidamente en popularidad y que amenazaba con fragmentarse en diferentes estilos locales. Sin embargo, lo que comenzó como un pequeño comité técnico se transformó en una de las organizaciones más poderosas y opacas del planeta.

Con el tiempo, la FIFA amplió su influencia hasta alcanzar a 211 países y territorios, superando incluso a la Organización de las Naciones Unidas en número de miembros. Su papel ya no se limitó a organizar partidos o definir normas, sino que asumió la tarea de controlar el ecosistema global del fútbol, desde el arbitraje y las transferencias internacionales hasta la regulación de torneos juveniles y femeninos.

Bajo esta estructura centralizada, la FIFA logró convertir al fútbol en un fenómeno cultural y económico sin precedentes, generando miles de millones de dólares en ingresos a través de derechos televisivos, patrocinios y licencias comerciales.

Este crecimiento exponencial cimentó las bases de un modelo de negocio que, aunque presentado como “sin fines de lucro”, permitió a sus dirigentes operar con discrecionalidad financiera y política. La FIFA se consolidó como un imperio moderno: un gobierno paralelo sin fronteras, con sus propias reglas, protegido por un manto de glamour deportivo que distraía al público de la oscura realidad detrás de los grandes eventos.

Los orígenes del fútbol moderno y el nacimiento de la FIFA

Aunque el fútbol es hoy una pasión global, sus raíces son profundas y complejas. Juegos similares se practicaban en la China antigua bajo el nombre de “ts’uh Kúh”, donde los soldados lanzaban una pelota con los pies hacia redes enemigas, combinando destreza y violencia.

En Japón, el “kemari” consistía en mantener una pelota en el aire, sin usar las manos, una disciplina que exigía precisión y trabajo en equipo. Los antiguos griegos y romanos también tenían variantes, como el “episkyros” y el “harpastum”, que introducían elementos de estrategia y contacto físico.

Sin embargo, el verdadero punto de inflexión ocurrió en Inglaterra en el siglo XIX. En 1863, un grupo de colegios y clubes de fútbol, impulsados por la Universidad de Cambridge, redactó el primer conjunto formal de reglas del fútbol asociación, distinguiéndose así del rugby. Este reglamento prohibía el uso de las manos, establecía un tamaño estándar del campo y delimitaba las infracciones, transformando el deporte en un espectáculo competitivo y organizado.

El término “soccer” surgió de esta etapa temprana en Inglaterra. Derivado de “association” (abreviado como “assoc”), la costumbre británica de agregar el sufijo “-er” a las palabras derivó en “soccer”, un apodo informal que pronto cruzaría océanos, especialmente hacia Estados Unidos.

La popularidad del fútbol inglés creció vertiginosamente y se extendió por Europa y América del Sur a finales del siglo XIX y principios del XX. Argentina y Uruguay protagonizaron el primer partido internacional fuera de Europa en 1901, y la fundación de la FIFA en 1904 representó un momento clave: por primera vez, se vislumbraba un organismo capaz de estandarizar y supervisar el fútbol en todo el mundo.

La consolidación global y los primeros Mundiales

En 1930, Uruguay organizó la primera Copa Mundial de la FIFA, un evento que marcó un antes y un después en el deporte. La elección de Uruguay como sede generó tensiones inmediatas: muchos países europeos cuestionaban la decisión, considerando que el epicentro del fútbol debía permanecer en Europa. Sin embargo, la designación respondió a la destacada tradición futbolística uruguaya y a un gesto de reciprocidad tras el éxito olímpico del país.

Solo trece selecciones participaron en esa primera edición, pero el impacto fue monumental. Uruguay no solo fue anfitrión sino también campeón, venciendo a Argentina en una final que desató rivalidades históricas. Inglaterra, curiosamente, decidió no participar en esos primeros años debido a desacuerdos con la FIFA, reincorporándose hasta 1950.

A partir de entonces, el Mundial se convirtió en un evento cuatrienal ineludible, salvo las interrupciones causadas por la Segunda Guerra Mundial. Con cada edición, la FIFA fortalecía su poder, expandía su influencia y generaba mayores ingresos. Este crecimiento acelerado permitió que el fútbol se consolidara no solo como un deporte, sino como un fenómeno cultural capaz de mover masas y alterar el ánimo de naciones enteras.

João Havelange: el arquitecto del imperio moderno

El brasileño João Havelange, quien asumió la presidencia de la FIFA en 1974, fue el verdadero artífice de su transformación en una superpotencia global. Su visión estratégica combinaba el crecimiento deportivo con una astuta explotación comercial. Bajo su mando, la Copa Mundial pasó de tener 16 a 32 equipos, ampliando la participación a países de Asia, África y el Caribe, con el argumento de democratizar el torneo y fomentar el desarrollo futbolístico.

Sin embargo, esta expansión tuvo un trasfondo político y económico. Aumentar el número de plazas permitió a Havelange captar votos de federaciones pequeñas y garantizar su reelección. La inclusión de nuevas confederaciones se convirtió en moneda de cambio para perpetuar su poder y consolidar alianzas.

Havelange también atrajo a gigantes corporativos como Coca-Cola y Adidas, transformando el Mundial en una plataforma de marketing sin precedentes. Los contratos de patrocinio multimillonarios y los derechos televisivos generaron ingresos colosales. En 1987, los derechos europeos de tres mundiales se vendieron por 440 millones de dólares; en 1998, los derechos globales, excluyendo a Estados Unidos, ascendieron a 2,200 millones.

La construcción de una nueva sede en Zúrich y el fichaje de equipos especializados en finanzas y marketing marcaron el viraje definitivo: la FIFA dejó de ser un simple organismo regulador y se convirtió en una corporación global con una estrategia basada en el espectáculo y la maximización de ingresos.

La red de corrupción: votos, sedes y negocios

Para mantener su reinado, Havelange no dudó en manipular el sistema de votaciones. Prometió ampliar la Copa Mundial de 24 a 32 equipos para la edición de 1998, asegurando el apoyo de confederaciones de países en vías de desarrollo. El modelo “un país, un voto” facilitó la compra de apoyos, pues el voto de una federación pequeña tenía el mismo peso que el de potencias futbolísticas como Alemania o Inglaterra. Este desequilibrio creó un entorno propicio para el tráfico de influencias y sobornos.

La elección de la sede mundialista se convirtió en la joya de la corona. La capacidad de decidir dónde se jugaría el torneo otorgaba a la FIFA un poder incomparable: países enteros ofrecían inversiones millonarias y favores políticos para asegurar la designación. Esta práctica se consolidó con la complicidad de patrocinadores y agencias de marketing, creando un entramado donde los intereses económicos superaban cualquier principio deportivo.

El caso Adidas y la agencia ISL: el inicio del declive

La agencia ISL (International Sport and Leisure), fundada por el hijo del creador de Adidas, se convirtió en el intermediario exclusivo para la venta de derechos televisivos y patrocinios de la FIFA. Este monopolio permitió la circulación de enormes sumas de dinero sin supervisión efectiva.

Se descubrió que entre 1992 y 2000, Havelange y su yerno recibieron casi 22 millones de dólares en sobornos de la ISL, a cambio de asegurar contratos lucrativos. Cuando la agencia quebró en 2001 debido a fraudes financieros y pérdida de patrocinadores, la corrupción quedó expuesta. A pesar de los escándalos, Havelange se mantuvo intocable durante años y fue nombrado presidente honorario de la FIFA.

Este episodio evidenció que la corrupción no era un acto aislado, sino una práctica sistémica. Los sobornos no solo servían para favorecer a agencias específicas, sino también para perpetuar una red de lealtades internas y garantizar la estabilidad del modelo de negocio.

Sepp Blatter: el heredero y el perfeccionamiento del sistema

Josepp “Sepp” Blatter, mano derecha de Havelange, heredó la presidencia en 1998, enfrentando a Lennart Johansson, quien prometía transparencia financiera. Sin embargo, el apoyo estratégico de federaciones africanas y de un influyente empresario catarí, que entregó pagos secretos de $50,000 por voto, le permitió a Blatter obtener 111 votos contra 80.

Durante su mandato, Blatter profundizó la manipulación política del fútbol. Sudáfrica 2010 se convirtió en el primer Mundial en África, un gesto simbólico que fortalecía la narrativa política de la FIFA y la convertía en un actor diplomático global. A pesar de la aparente nobleza, la organización perdió enormes cantidades de dinero debido a la falta de infraestructura, repitiendo la historia en Brasil 2014.

Blatter entendió que el fútbol no solo era rentable económicamente, sino también como herramienta para legitimar regímenes y suavizar imágenes internacionales. La selección de sedes comenzó a ser usada para ganar favores políticos, incluso a costa de pérdidas financieras.

Rusia y Qatar: las sedes que expusieron la podredumbre

El punto culminante de esta trama fue la elección simultánea de las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022. Rusia y Qatar resultaron ganadores en un proceso plagado de irregularidades. Rusia, sin tradición futbolística destacable ni infraestructura adecuada, utilizó la Copa como instrumento geopolítico para fortalecer la imagen interna y externa de Vladimir Putin. Qatar, un país con temperaturas extremas y serias limitaciones de derechos humanos, construyó estadios en condiciones infrahumanas, causando la muerte de más de 6,500 trabajadores migrantes.

Las investigaciones periodísticas y de inteligencia revelaron pagos millonarios, regalos lujosos y viajes internacionales para los votantes. El Sunday Times y el MI6 británico confirmaron que la corrupción no era especulativa: era una realidad documentada con transferencias bancarias, grabaciones y testimonios.

La operación encubierta y el estallido global

El papel clave de Chuck Blazer, exsecretario general de la Concacaf y conocido como “Mr. 10%”, fue determinante. Descubierto por el FBI tras años sin pagar impuestos, Blazer aceptó colaborar como informante para evitar su encarcelamiento. Equipado con micrófonos ocultos, recopiló pruebas durante dos años, infiltrándose en los círculos más cerrados de la FIFA.

En 2015, un operativo en Zúrich concluyó con la detención de siete dirigentes en un hotel de lujo. Posteriormente, se acusó a 42 personas, y se descubrieron sobornos por más de 500 millones de dólares. La mayoría de los implicados eran latinoamericanos, evidenciando un patrón discriminatorio en la aplicación de las sanciones. Muchos aceptaron acuerdos económicos, mientras que otros, extraditados a Estados Unidos, fueron juzgados y condenados.

La caída y el exilio de Blatter

Acorralado por la presión internacional y las investigaciones, Blatter renunció en 2015. Poco después, se reveló que había transferido más de 2 millones de dólares a Michel Platini, quien casualmente retiró su candidatura presidencial. A pesar de la gravedad, Blatter nunca fue formalmente juzgado por corrupción. Su suspensión de la FIFA fue presentada como castigo suficiente, en un intento de proteger la fachada institucional.

Blatter continuó proclamando su inocencia, insistiendo en que desconocía los detalles financieros y culpando a subordinados. Su caída representó el derrumbe simbólico del viejo orden, aunque las estructuras corruptas permanecieron intactas.

Reformas simbólicas y el regreso a la opacidad

Tras el escándalo, la FIFA prometió reformas estructurales: mayor transparencia, límites de mandato y auditorías independientes. Gianni Infantino, actual presidente, asumió con el discurso de regenerar la institución. Sin embargo, en pocos años, las reformas fueron revertidas o ignoradas. La estructura de votación por país sigue intacta, perpetuando el desequilibrio y facilitando la compra de apoyos.

En algunas confederaciones, se eliminaron los límites de mandato, consolidando cacicazgos internos. Infantino incrementó su salario y concentró más poder, replicando el modelo que prometió desmantelar. Las promesas de cambio se transformaron en un ritual superficial, destinado a calmar a la opinión pública mientras el negocio continuaba.

¿Organización criminal o sistema podrido?

El análisis final sugiere que la FIFA no es simplemente una organización infiltrada por individuos corruptos, sino una estructura construida para facilitar la corrupción. La lógica del sistema —opacidad, igualdad artificial de votos y concentración de poder— fomenta las prácticas ilícitas y dificulta cualquier intento real de limpieza.

La manzana podrida no es un accidente aislado; es el reflejo de un árbol enfermo. La corrupción se convierte en un mecanismo de gobernanza y la impunidad en un derecho adquirido. Cada Mundial es una vitrina global para gobiernos autoritarios, empresas multinacionales y dirigentes que buscan legitimar sus intereses a través del deporte.

El fútbol sigue siendo un lenguaje universal, capaz de unir a comunidades y encender pasiones. Sin embargo, tras los himnos y las celebraciones, se esconde una maquinaria diseñada para maximizar ganancias, comprar voluntades y perpetuar el poder. Mientras los aficionados vibran con cada gol, la FIFA continúa su danza de sombras, protegida por la fascinación colectiva y la falta de voluntad para exigir un cambio real.

Transformar esta realidad exigiría una revolución estructural: transparencia absoluta, supervisión pública, y un sistema de votos ponderado y abierto. Hasta entonces, la organización seguirá siendo un espejo de los peores excesos del poder global, disfrazado con el brillo seductor de un balón.

Chisme Corporativo - FIFA

10 consejos de negocio que obtenemos del caso FIFA:

  1. Aprovechar el poder de la expansión global para consolidar liderazgo
    La FIFA pasó de ser una organización pequeña a dominar el fútbol mundial al ampliar su alcance y sumar más países. Para un negocio, expandir estratégicamente su mercado puede fortalecer su posición y garantizar relevancia a largo plazo.
  2. Crear nuevas líneas de productos o eventos para diversificar ingresos
    Havelange introdujo torneos femeninos, juveniles y copas adicionales no solo por pasión al deporte, sino para asegurar ingresos estables entre cada Mundial. Las empresas deben buscar formas de diversificar sus productos y fuentes de ingresos para no depender de un solo evento o cliente.
  3. Usar alianzas estratégicas para acelerar el crecimiento
    La colaboración con marcas globales como Adidas y Coca-Cola permitió a la FIFA financiar proyectos ambiciosos y expandirse rápidamente. Formar alianzas sólidas con socios estratégicos puede ser clave para escalar un negocio.
  4. Ampliar la base de clientes para asegurar apoyo y estabilidad
    La FIFA incrementó el número de países con derecho a voto, asegurando apoyo político en sus decisiones. En el mundo corporativo, construir una base amplia y diversa de clientes y stakeholders reduce riesgos y fortalece la estabilidad de la empresa.
  5. Cuidar la reputación y prever riesgos en la toma de decisiones
    Elegir sedes polémicas y métodos poco transparentes afectó gravemente la reputación de la FIFA. Para cualquier empresa, mantener prácticas éticas y transparentes es esencial para evitar crisis que dañen la marca a largo plazo.
  6. Reconocer el poder de la narrativa y el simbolismo en el negocio
    Usar el Mundial en Sudáfrica para transmitir un mensaje de reconciliación nacional mostró cómo los eventos pueden convertirse en herramientas poderosas de comunicación. Las marcas deben entender el valor simbólico de sus acciones y eventos.
  7. Anticipar impactos operativos y logísticos en expansiones internacionales
    Los fracasos logísticos en Brasil y Sudáfrica evidenciaron la importancia de planear con precisión la infraestructura y capacidad operativa. Antes de expandirse a nuevos mercados, se deben evaluar cuidadosamente los retos logísticos y de infraestructura.
  8. Implementar sistemas de gobernanza sólidos y controles internos reales
    La falta de controles en la FIFA permitió la corrupción sistemática. En las empresas, establecer sistemas de auditoría y límites claros al poder de los ejecutivos ayuda a prevenir abusos y protege la sostenibilidad del negocio.
  9. Ser consciente de la responsabilidad social y el impacto humano de las decisiones
    La explotación laboral en Qatar y las muertes de trabajadores muestran la gravedad de ignorar el impacto social. Las empresas deben priorizar la seguridad y el bienestar de todas las personas involucradas en sus operaciones.
  10. Adaptar las estructuras de poder para evitar concentración y abuso
    El modelo de un voto por país fue clave para perpetuar la corrupción. En cualquier organización, se deben diseñar estructuras que eviten la concentración excesiva de poder y fomenten la rendición de cuentas.