En 2017, Sarah Wynn-Williams —una funcionaria de carrera en política internacional y diplomacia— cerró una etapa de su vida como directora de políticas públicas globales en Facebook. En ese entonces, salía de una compañía envuelta en escándalos, presiones políticas y decisiones con consecuencias mortales. Años después, decidió contar su versión: publicó Careless People: A Cautionary Tale of Power, Greed and Lost Idealism, una obra que Meta intentó silenciar a toda costa.
La autora denuncia un sistema corroído por la ambición, la falta de escrúpulos y la desconexión ética de sus líderes. La compañía respondió acusándola de difamación, mal desempeño y conflicto de intereses. Sin embargo, sus relatos estremecieron tanto a lectores como a la opinión pública: por primera vez, una figura cercana al círculo más íntimo de Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg rompía el silencio.
De la diplomacia a Silicon Valley
Sarah Wynn-Williams es neozelandesa. Con formación en relaciones internacionales y derecho internacional, inició su carrera en el gobierno de Nueva Zelanda, la embajada de ese país en Washington y la organización Oxfam. Llegó a Facebook en 2011, antes de su salida a bolsa, y pronto se convirtió en una figura clave en la interlocución con gobiernos de Asia, América Latina y Canadá.
Durante seis años, participó directamente en decisiones geopolíticas de gran escala, compartió vuelos privados con Zuckerberg y Sandberg, y fue testigo del ascenso meteórico de la red social. También es madre de dos hijos, y esa dimensión personal la enfrentó con el discurso público de Facebook sobre inclusión y apoyo a las mujeres trabajadoras.
Facebook, entre el ascenso global y el comienzo de la caída
En los años en que Sarah trabajó en la empresa, Facebook pasó de ser una plataforma juvenil a un imperio mundial con más de mil millones de usuarios. Compró Instagram (2012), WhatsApp (2014) y Oculus, consolidando su monopolio. Implementó un modelo publicitario sin precedentes y se convirtió en la principal fuente de información para millones.
Pero ese poder también despertó alarmas: su papel en la desinformación, las elecciones y conflictos sociales comenzó a ser objeto de escrutinio. En 2016, la campaña de Donald Trump explotó al máximo las posibilidades del algoritmo de Facebook, y en 2017, el Congreso de EE. UU. comenzó a investigar cómo una empresa “gratuita” podía generar ingresos de decenas de miles de millones de dólares.
Sheryl Sandberg: el discurso del equilibrio femenino que no fue
Sheryl Sandberg, exdirectora operativa, fue clave en la construcción del modelo de negocio. Exfuncionaria del gobierno de Clinton y ejecutiva de Google, diseñó la maquinaria de ingresos de Facebook, mientras proyectaba una imagen de liderazgo femenino conciliador, basada en su libro Lean In.
Pero, según Wynn-Williams, su conducta distaba de ese ideal. Sandberg ignoraba sistemáticamente las necesidades de sus empleadas con hijos y premiaba a quienes hacían invisible su maternidad. “El secreto son las nanas filipinas”, llegó a decirle a Sarah, quien vivió momentos críticos de salud y maternidad sin recibir el apoyo mínimo de quien se presentaba como abanderada del feminismo corporativo.
Joe Kaplan: ideólogo del poder sin escrúpulos
Joe Kaplan, vicepresidente de asuntos públicos globales, llegó a Facebook desde la Casa Blanca republicana. Su objetivo fue claro: convertir su departamento, en principio de relaciones políticas, en una fuente directa de ingresos. Fue él quien propuso vender espacios publicitarios a políticos, lo que colocó a Facebook en el centro de la propaganda electoral.
Kaplan ignoraba protocolos diplomáticos, despreciaba la inclusión y operaba con una lógica de conveniencia. Su influencia llevó a que Facebook adoptara decisiones políticas —nacionales e internacionales— sin evaluar sus consecuencias sociales, como se vio con crudeza en el caso de Myanmar.
El experimento fallido de Myanmar
El caso de Myanmar marcó un punto de quiebre. La compañía lanzó “internet.org”, una iniciativa que prometía acceso gratuito a internet en países subdesarrollados, aunque con una condición: Facebook debía ser la puerta de entrada. Para millones de personas, navegar por internet significaba únicamente usar Facebook.
En Myanmar, donde no existía moderación lingüística en birmano, la plataforma se convirtió en un vehículo para la difusión del odio étnico contra los rohinyás. Los discursos de incitación a la violencia no fueron detenidos. En 2017, miles de personas fueron asesinadas o desplazadas por información falsa y viral que Meta no supo —ni quiso— detener. Wynn-Williams presenció cómo el equipo de moderación actuó 16 horas tarde, mientras personas morían por culpa de una publicación no revisada.
Trump, fake news y la elección que Facebook ayudó a ganar
La propuesta de Kaplan de vender anuncios políticos tomó cuerpo con Donald Trump. Su equipo explotó el algoritmo para generar interacción con noticias falsas y contenidos de odio. Facebook, al premiar el engagement, abarataba estos anuncios y multiplicaba su alcance.
Tras la victoria de Trump en 2016, lejos de corregir el sistema, Kaplan intentó reclutar a miembros del equipo de campaña. Mark Zuckerberg, inicialmente incrédulo, se convenció del impacto de su plataforma en el resultado electoral y comenzó a contemplar su propio futuro político. Anunció como reto personal visitar los 50 estados de EE. UU. en 2017, comenzando por Iowa, tradicional punto de partida para campañas presidenciales.
Obsesión por China: el acceso al mercado más codiciado
Mark Zuckerberg tenía una fijación con entrar al mercado chino. Aprendió mandarín, organizó encuentros diplomáticos y llegó incluso a pedirle a Sarah que investigara cuándo el presidente Xi Jinping iría al baño durante una cena de Estado, para poder interceptarlo.
Se propuso el “Proyecto Aldrin”, que planteaba compartir información sensible con el Partido Comunista Chino a cambio de acceso al país. Aunque Meta nunca fue aceptada oficialmente, las negociaciones estuvieron avanzadas y comprometían los principios de privacidad que Zuckerberg defendía públicamente.
Acoso y abuso de poder: una cultura laboral tóxica
El entorno laboral en Meta era hostil, incluso para figuras de alto nivel. Wynn-Williams narra episodios de acoso sexual explícito por parte de Joe Kaplan, quien enviaba mensajes a altas horas de la noche desde su cama.
Pero el episodio más perturbador involucra a Sandberg, quien repetidamente invitó a Sarah, que estaba embarazada, a dormir con ella en la cama del avión privado de la empresa, presionándola bajo el pretexto de “adaptarse al huso horario”. Luego le dijo, con frialdad, que había cometido un error al rechazar su invitación.
Maternidad, invisibilidad y contradicciones
Sarah fue madre mientras trabajaba en Meta, y sus vivencias muestran la falta de empatía y coherencia en el discurso de inclusión. Durante el parto, Sandberg le pedía enviar documentos. En Davos, con su hija enferma en el hotel, debía asistir a reuniones mientras fingía normalidad.
La maternidad, a ojos de los líderes de Meta, solo era aceptable si se mantenía fuera de la vista. La empresa celebraba discursos sobre inclusión, pero en la práctica penalizaba a quienes encarnaban esas luchas.
Adolescentes como blancos comerciales
Una de las revelaciones más inquietantes es cómo el algoritmo identificaba conductas asociadas con inseguridad —como borrar una foto tras publicarla— y ofrecía esos perfiles a anunciantes interesados en públicos vulnerables.
Las marcas podían elegir mostrar sus productos a adolescentes depresivos o personas con baja autoestima, optimizando así su retorno de inversión a costa del bienestar mental de sus usuarios.
El fin del camino: la ruptura con Meta
Wynn-Williams intentó dejar la empresa por dos años, pero sus condiciones familiares y migratorias lo impedían. En 2017, Mark Zuckerberg centralizó las decisiones de moderación en su propia figura, dejando sin poder al equipo de relaciones políticas.
Al convertirse en una figura incómoda, Sarah presentó quejas formales contra sus superiores y fue despedida. Meta justificó su salida por “mal desempeño” y “cultura tóxica”, pero sus denuncias quedaron documentadas en el libro que años después sacudiría a la compañía.
La historia continúa: Meta después de 2017
Aunque Wynn-Williams abandonó Meta en 2017, los eventos posteriores confirmaron sus advertencias. En 2018, el escándalo de Cambridge Analytica reveló el uso indebido de datos de 87 millones de usuarios. Facebook pagó una multa de 5,000 millones de dólares.
En años siguientes, nuevas controversias involucraron desinformación electoral en EE. UU., violencia étnica en Etiopía y Myanmar, y demandas laborales por las condiciones de moderadores subcontratados en África. Aunque Meta introdujo medidas de transparencia, como el archivo público de anuncios políticos, también desmanteló sistemas de verificación externa como los fact-checkers, reemplazándolos por “notas comunitarias” que dependen de voluntarios.
El caso de Meta plantea preguntas profundas. ¿Puede una empresa con tal influencia global operar sin supervisión internacional? ¿Es ético que decisiones editoriales con consecuencias reales se tomen según la conveniencia económica o política del día?
Wynn-Williams no plantea respuestas sencillas, pero deja claro que el conflicto entre poder, lucro y principios se vuelve insostenible cuando las vidas de millones están en juego. La historia de Meta no es solo la de una empresa tecnológica: es la historia de cómo el mundo delegó el control de su conversación pública a actores sin contrapeso.

10 consejos de la experiencia de Sarah Wynn-Williams
- No sacrifiques principios éticos por conveniencia financiera
La decisión de Sarah de permanecer en Meta pese a conflictos morales evidencia los riesgos de anteponer beneficios personales a valores fundamentales. En los negocios, la sostenibilidad ética es tan importante como la económica. - Una cultura laboral saludable comienza con el ejemplo de los líderes
El acoso y la presión ejercidos por altos mandos como Joe Kaplan y Sheryl Sandberg muestran cómo el poder sin límites corrompe el entorno laboral. La integridad no puede delegarse. - El modelo de ingresos debe alinearse con el impacto social
Monetizar el engagement sin control, como hizo Facebook con los anuncios políticos, puede tener consecuencias destructivas. El éxito financiero no debe construirse sobre la polarización y la desinformación. - La obsesión por el crecimiento sin límites puede ser contraproducente
La fijación de Mark Zuckerberg por China y su decisión de anteponer el acceso al mercado por encima de los derechos humanos demuestra cómo una estrategia de expansión sin responsabilidad puede volverse insostenible. - El liderazgo con visión debe anticipar riesgos regulatorios y sociales
Meta ignoró señales tempranas en países como Myanmar, donde su presencia sin moderación contribuyó a un genocidio. Toda empresa con impacto masivo debe tener estructuras de prevención y respuesta. - La congruencia entre discurso y práctica es indispensable para mantener la confianza
Sheryl Sandberg proyectó una imagen de liderazgo femenino progresista, pero sus acciones contradijeron sus principios. Las marcas personales deben sustentarse en hechos, no en narrativa. - Las decisiones empresariales deben considerar el contexto cultural y geopolítico
Facebook falló al no adaptar sus políticas a los entornos donde operaba, como al no contar con moderadores que hablaran birmano. La localización no es un lujo; es una necesidad estratégica. - El lobbying y las relaciones gubernamentales deben estar al servicio de la responsabilidad, no del beneficio inmediato
Joe Kaplan convirtió un área de política pública en una fuente de ingresos, desvirtuando su propósito. Las funciones institucionales deben protegerse del cortoplacismo comercial. - Los datos sensibles requieren salvaguardas que trasciendan la voluntad corporativa
La oferta de Zuckerberg al Partido Comunista Chino de entregar información de usuarios evidencia que el poder de decisión sobre la privacidad no puede estar en manos de una sola persona o empresa. - Toda empresa con impacto sistémico debe aceptar regulación externa
La falta de límites internos en Meta demuestra que el mercado por sí solo no corrige desequilibrios. En sectores con alta influencia social, la autorregulación no es suficiente.