La caída de FTX no solo significó la quiebra de una de las plataformas de intercambio de criptomonedas más grandes del mundo, sino que también dejó al descubierto uno de los fraudes más escandalosos de la historia moderna.
Este caso, protagonizado por Sam Bankman-Fried entrelaza ambición, engaño, idealismo distorsionado y una cultura corporativa que confundía caos con genialidad. La historia de FTX comienza con una supuesta misión altruista hasta el colapso de estructuras financieras montadas sobre tokens inflados y prácticas poco claras.
Lo que empezó como un proyecto innovador para revolucionar el sistema financiero, terminó siendo una tragedia financiera con consecuencias globales, donde miles de usuarios perdieron sus ahorros y la industria cripto sufrió un golpe demoledor a su credibilidad.
El origen de Sam Bankman-Fried
Sam Bankman-Fried nació en una familia académica de élite. Hijo de dos profesores de Derecho en la Universidad de Stanford, creció rodeado de un entorno intelectual que parecía augurar una vida de integridad y propósito. Desde joven demostró una brillantez académica inusual, que lo llevó a estudiar Física y Matemáticas en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), uno de los centros más prestigiosos del mundo.
Esta formación le otorgó no solo herramientas analíticas excepcionales, sino también acceso a redes influyentes. Tras graduarse, trabajó en Jane Street Capital, una firma financiera especializada en trading de alta frecuencia, donde obtuvo un salario inicial de $350,000 dólares anuales.
Aunque acumulaba riqueza rápidamente, Sam cultivaba una imagen de humildad y desapego material: era vegano, vestía ropa sencilla y conducía un modesto Toyota Corolla, a pesar de estar valuado en más de $22,000 millones. Esta disonancia entre su fortuna y su estilo de vida alimentó su narrativa de genio excéntrico y comprometido con el bien común.
El ideal del altruismo efectivo
Uno de los pilares que cimentaron la historia pública de Sam fue su adhesión al concepto de “altruismo efectivo”, una filosofía que sostiene que las personas más talentosas deben maximizar su potencial económico para después canalizar esos recursos hacia causas que generen el mayor impacto positivo posible.
En lugar de trabajar directamente en una ONG o donar pequeñas cantidades, el altruismo efectivo promueve que los individuos brillantes ingresen al mundo corporativo y generen fortunas para luego redistribuirlas de manera estratégica. Sam adoptó esta visión con fervor.
Pasó una temporada en el Centro para el Altruismo Efectivo en Berkeley, donde profundizó en estas ideas. Incluso planteó límites salariales personales, destinando el excedente de sus ingresos a iniciativas benéficas. Esta retórica no solo reforzó su credibilidad entre círculos éticos y académicos, sino que también le permitió crear una identidad que mezclaba la lógica financiera con principios morales.
Sin embargo, esta fachada de generosidad resultó ser una herramienta útil para atraer inversionistas idealistas, que veían en él a un revolucionario financiero guiado por la ética, cuando en realidad su interpretación del altruismo era más compleja y, a la postre, peligrosa.
La creación de Alameda Research
Con la intención de aplicar los principios del altruismo efectivo en el ámbito financiero, Sam fundó Alameda Research en 2017 utilizando un bono de $500,000 que recibió tras dejar Jane Street.
Desde el inicio, presentó a Alameda no como un fondo especulativo tradicional, sino como una firma de investigación y trading cuya misión última era generar utilidades para destinarlas a causas benéficas. Esta narrativa cautivó a un grupo selecto de inversionistas, muchos de ellos simpatizantes del movimiento de altruismo efectivo, que confiaron en Sam y aportaron cerca de $170 millones.
Sin embargo, la estructura interna de Alameda distaba mucho de lo que se esperaría de una firma que manejaba sumas multimillonarias. La cultura organizacional era caótica: oficinas llenas de cajas de comida, empleados que trabajaban 18 horas al día sin una jerarquía clara y sin procesos de supervisión establecidos.
Sam era un jefe ausente y desorganizado, que evitaba dar instrucciones directas. Su estilo de liderazgo se basaba en una supuesta horizontalidad, en la que cada uno debía encontrar cómo resolver sus propios problemas.
Durante reuniones clave con inversionistas como Sequoia Capital, Sam incluso jugaba videojuegos, lo que en lugar de alarmar a los fondos de inversión fue interpretado como una muestra de su genialidad excéntrica. Esta visión romántica del emprendedor “raro pero brillante” fue parte fundamental de la legitimación de su figura en Silicon Valley, pese a los claros signos de falta de control interno.
Modelbot y la gestión irresponsable del riesgo
Uno de los pilares operativos de Alameda fue Modelbot, un software diseñado por Sam para ejecutar operaciones de arbitraje automático en el mercado de criptomonedas.
Su lógica era simple, pero efectiva: detectar diferencias de precios entre países (por ejemplo, comprar bitcoins en Estados Unidos a $2,000 y venderlos en Japón a $2,400) y ejecutar las operaciones de forma inmediata. En su fase inicial, Modelbot generó hasta $10 millones en solo un mes.
Sin embargo, el sistema operaba sin intervención humana y no contaba con mecanismos de control de riesgos. Si bien los beneficios podían ser enormes, también lo eran las pérdidas. Y eso fue precisamente lo que ocurrió cuando Sam, desoyendo las advertencias de su equipo, dejó el software funcionando mientras dormía después de una jornada maratónica.
Modelbot empezó a operar en condiciones adversas del mercado y acumuló pérdidas millonarias sin que nadie lo detuviera. Este episodio fue el punto de quiebre para el equipo de liderazgo de Alameda, que ya había detectado otros comportamientos erráticos en Sam.
Convocaron una reunión interna para buscar mecanismos que limitaran su poder, e incluso discutieron su posible destitución. No obstante, Sam era no solo el fundador y CEO, sino también la imagen pública y el vínculo directo con los inversionistas, lo que dificultaba tomar acciones drásticas sin poner en peligro el fondeo.
Al final, varios ejecutivos decidieron abandonar la empresa, llevándose consigo indemnizaciones sustanciosas, pero dejando a Sam con el control total y sin contrapesos.
La llegada de Caroline Ellison
En este contexto de crisis interna y fuga de talento, Sam recurrió a una figura de confianza: Caroline Ellison, una matemática brillante a quien había conocido en Jane Street.
La convenció de unirse a Alameda presentándole una visión edulcorada del proyecto: una empresa revolucionaria, impulsada por ideales éticos, donde su talento sería útil para transformar el mundo financiero. Caroline aceptó, atraída por la causa, sin saber que se integraba a una estructura al borde del colapso.
Apenas semanas después de su llegada, Caroline fue informada por Sam de que los inversionistas estaban solicitando el reembolso de sus fondos. Ella, sorprendida, entendió que la situación era mucho más crítica de lo que le habían contado.
Descubrió también que millones de dólares en activos habían desaparecido sin rastro. A pesar de estos hallazgos, no abandonó la empresa. Por el contrario, se involucró más, tanto profesional como emocionalmente.
Comenzó una relación sentimental con Sam, marcada por una fuerte dependencia emocional. Esta relación fue documentada en un memo privado que ella misma escribió, donde afirmaba que su enamoramiento era tan intenso que no podía concentrarse en el trabajo.
Más tarde, ese texto se convertiría en evidencia en el juicio contra Sam. La mezcla de poder, manipulación emocional y responsabilidades financieras comenzó a nublar el juicio de Caroline, quien terminaría siendo una pieza clave en el entramado de decisiones que llevaron al colapso.
La fundación de FTX
En 2019, Sam Bankman-Fried dio un nuevo giro a su proyecto empresarial fundando FTX, una plataforma de intercambio de criptomonedas que prometía ser más segura, eficiente y ética que cualquier otra en el mercado.
Con sede inicial en Hong Kong, FTX fue concebida no solo como una herramienta para el comercio cripto, sino como una manifestación del idealismo de Sam. Su discurso se mantuvo centrado en el altruismo efectivo, pero ahora con una proyección mucho más ambiciosa: crear una infraestructura financiera global que eventualmente canalizara utilidades hacia causas benéficas.
El lanzamiento de FTX coincidió con un auge moderado en los mercados de criptomonedas. Aunque el valor del Bitcoin aún estaba lejos de los niveles históricos que alcanzaría años después, el interés por este tipo de activos crecía, especialmente entre inversores institucionales y fondos de capital de riesgo.
Fue entonces cuando Sam logró atraer a gigantes como Sequoia Capital y SoftBank, quienes invirtieron sumas considerables sin exigir auditorías rigurosas. En este escenario de entusiasmo y poca regulación, FTX se expandió rápidamente y se convirtió en una de las principales plataformas a nivel mundial.
Además de capital financiero, Sam buscó legitimación pública a través del marketing con celebridades. Contrató al astro del fútbol americano Tom Brady y a la supermodelo Gisele Bündchen como embajadores de la marca. La imagen de ambos, vinculada a una vida disciplinada, saludable y exitosa, reforzaba la idea de que FTX era una empresa confiable y moderna.
Sam se posicionó como el rostro amable y brillante de la revolución cripto, participando en conferencias, encuentros con políticos y campañas de lobby. Su figura comenzó a trascender el mundo financiero para convertirse en una celebridad por derecho propio.
Una estrategia inflada: el token FTT
Uno de los pilares sobre los cuales FTX construyó su modelo de negocio fue la creación de su propio token: el FTT. En apariencia, era una moneda digital como cualquier otra, diseñada para ofrecer beneficios a los usuarios de la plataforma, como descuentos en comisiones o acceso a productos exclusivos.
Sin embargo, en la práctica, FTT se convirtió en un instrumento para inflar artificialmente el valor de la empresa. Alameda Research, que aún operaba bajo el control de Sam y era dirigida nominalmente por Caroline Ellison, compraba grandes cantidades de FTT, lo que generaba la falsa impresión de que existía una demanda real por el token.
Esta manipulación del mercado alimentaba un círculo vicioso: el aumento del precio de FTT mejoraba los balances de Alameda, lo que a su vez incrementaba la valoración de FTX, permitiendo a Sam obtener más inversión y seguir inflando el sistema. En esencia, era un castillo de naipes, sostenido por operaciones internas y una narrativa pública cuidadosamente construida.
La fragilidad del sistema quedó al descubierto en noviembre de 2022, cuando Changpeng Zhao (conocido como CZ), CEO de Binance y uno de los competidores directos de FTX, anunció que liquidaría su participación en FTT.
Esto desató una crisis de confianza inmediata. Los inversionistas y usuarios comenzaron a sospechar que el valor del token era ficticio. Las ventas se multiplicaron, el precio de FTT se desplomó, y se activó una cadena de eventos que llevaría al colapso total de FTX en cuestión de días.
El colapso y el efecto dominó
La declaración pública de CZ sobre la venta de sus FTT provocó lo que en el ámbito financiero se conoce como un “bank run”: una retirada masiva de fondos por parte de los usuarios, quienes temían perder su dinero si FTX colapsaba.
En pocas horas, miles de personas intentaban retirar sus depósitos, saturando la plataforma y dejando en evidencia una verdad incómoda: FTX no tenía los fondos necesarios para cubrir sus obligaciones.
La situación se agravó cuando se reveló que Sam había transferido alrededor de $10,000 millones de fondos de clientes desde FTX a Alameda Research, donde se utilizaban para realizar operaciones de alto riesgo sin el conocimiento ni consentimiento de los usuarios.
Esta práctica violaba todos los principios de custodia financiera y transformaba a FTX de una empresa fallida en una organización claramente fraudulenta. Sam intentó controlar el daño con mensajes ambiguos en redes sociales, pero su credibilidad se evaporó.
CZ anunció que consideraría una posible adquisición de FTX para evitar el colapso del mercado cripto en general, pero tras realizar el análisis financiero (due diligence), se retractó públicamente.
Días después, tanto FTX como Alameda Research se declararon en bancarrota, confirmando lo que ya era evidente: el imperio de Sam Bankman-Fried se había derrumbado por completo.
El juicio y los secretos expuestos
La bancarrota fue solo el comienzo del escándalo legal y mediático. A medida que las autoridades comenzaron a investigar, emergieron pruebas devastadoras contra Sam.
Se descubrió que vivía en una mansión de más de $30 millones en las Bahamas, donde compartía residencia con amigos, empleados y su pareja sentimental, Caroline. Esta vida de lujo contrastaba abiertamente con la imagen de austeridad que proyectaba al mundo.
Entre las revelaciones más impactantes estuvo el uso de tecnología especializada para ocultar el origen y destino de los fondos transferidos entre FTX y Alameda. Además, se supo que Sam había donado más de $40 millones a campañas políticas, especialmente del Partido Demócrata en EE.UU., lo que generó sospechas sobre su influencia en círculos de poder.
Pero el golpe más contundente vino de parte de Caroline Ellison. En un giro inesperado, testificó contra Sam durante el juicio, aportando capturas de pantalla, correos electrónicos y mensajes que demostraban cómo se había planeado y ejecutado el fraude.
Entre las pruebas se incluyó el infame memo de su enamoramiento, en el que declaraba que su obsesión con Sam afectaba su desempeño laboral. Sam fue declarado culpable de múltiples cargos, incluyendo fraude financiero y conspiración, y condenado a 25 años de prisión. Aunque sus abogados buscan reducir la pena, su reputación quedó destruida, y su nombre se convirtió en sinónimo de engaño en el mundo cripto.
La liquidación: los ganadores ocultos
Tras la declaración de bancarrota, el caso fue asumido por John Ray III, un experto legal reconocido por su labor en la reestructuración de empresas en crisis, como Enron. Ray se encargó de iniciar el proceso de liquidación de activos y recuperación de fondos, enfrentando un entorno plagado de irregularidades contables y estructuras financieras opacas.
Para compensar parcialmente a los acreedores, Ray puso a la venta las obligaciones y derechos de cobro de FTX por apenas el 10% de su valor original. Muchos usuarios afectados, desesperados por recuperar algo de su inversión, aceptaron estas condiciones. Fue entonces cuando grandes fondos de Wall Street, acostumbrados a manejar riesgos y detectar oportunidades, intervinieron y compraron esas deudas a precio de remate.
Con la posterior recuperación del mercado de criptomonedas en 2023 y 2024, los valores de varios tokens vinculados a FTX se dispararon. Como resultado, los fondos que habían adquirido esos activos depreciados lograron retornos de hasta 900%.
Este desenlace dejó una lección dura: mientras miles de usuarios perdieron sus ahorros, los verdaderos ganadores fueron quienes, con conocimiento y capital, aprovecharon la debacle para multiplicar su inversión.
Así, el caso FTX no solo fue un ejemplo de fraude corporativo, sino también un recordatorio brutal de cómo funcionan las dinámicas del capital: incluso en la ruina, algunos saben cómo enriquecerse.

10 lecciones de negocio que aprendemos de FTX
- Una narrativa poderosa puede atraer inversión, pero no sustituye a la transparencia operativa. Sam utilizó el discurso del altruismo efectivo para captar la atención de inversionistas, pero detrás de esa fachada no existía un control real de los procesos internos.
- La falta de estructuras formales de liderazgo puede poner en riesgo la sostenibilidad de una empresa. El estilo de gestión informal y desorganizado de Sam provocó descontrol, decisiones unilaterales y fuga de talento clave en momentos críticos.
- Un producto sin supervisión técnica adecuada puede generar ganancias rápidas, pero también pérdidas catastróficas. El software Modelbot, creado para hacer arbitraje automático, operaba sin intervención humana, causando pérdidas millonarias sin que nadie lo detuviera a tiempo.
- Las relaciones personales dentro de una empresa deben manejarse con límites claros para no afectar la toma de decisiones. La vinculación sentimental entre Sam y Caroline Ellison influyó negativamente en la gestión, desdibujando responsabilidades y nublando el juicio.
- Inflar artificialmente el valor de un producto financiero puede ser atractivo en el corto plazo, pero insostenible a largo plazo. FTX manipuló el valor del token FTT para mejorar su imagen ante los inversionistas, pero esta estrategia explotó cuando se expuso la falta de demanda real.
- El riesgo reputacional de asociarse con celebridades es alto si no existe una base sólida detrás del proyecto. Las figuras públicas como Tom Brady y Gisele Bündchen impulsaron la imagen de FTX, pero también quedaron vinculadas al escándalo cuando colapsó.
- La ausencia de controles y auditorías independientes permite que errores o fraudes escalen sin ser detectados. La falta de mecanismos de revisión dentro de FTX y Alameda Research facilitó el movimiento de miles de millones sin supervisión.
- La concentración excesiva de poder en un solo individuo puede hacer que una empresa dependa de su estado emocional o caprichos. Sam tomaba decisiones clave sin consultar a su equipo y rechazaba mecanismos de contención, lo que desestabilizó por completo la operación.
- Las señales de alerta temprana no deben ignorarse, especialmente si vienen del equipo interno. Varios líderes dentro de Alameda intentaron advertir sobre las irregularidades, pero sus preocupaciones no fueron atendidas, y terminaron renunciando.
- En toda crisis empresarial, hay quienes pierden y quienes saben identificar oportunidades. Mientras miles de inversionistas perdieron sus ahorros, fondos de Wall Street compraron activos depreciados y obtuvieron ganancias de hasta 900% tras la recuperación del mercado.