En 1966, tres amigos intelectuales –Jerry Baldwin, Zev Siegl y Gordon Bowker– quedaron fascinados con el estilo de tueste del café de Alfred Peet, un holandés que había fundado Peet’s Coffee en California.
Peet no solo vendía café, sino que lo seleccionaba personalmente, lo tostaba con precisión y lo explicaba con una narrativa rica en conocimiento sobre sus orígenes, variedades y métodos de preparación. Esta experiencia fue reveladora para los tres fundadores, quienes sintieron que estaban ante una forma de arte más que ante una simple bebida.
Con el permiso de Peet, decidieron replicar su modelo en Seattle. Eligieron el mercado Pike Place, un lugar vibrante y lleno de visitantes. Nombraron a su tienda “Starbucks”, inspirados en el personaje del primer oficial de barco de Moby Dick, y diseñaron su logo con una sirena de doble cola, un símbolo antiguo vinculado a los marineros y al café como producto marítimo global. Desde el inicio, su propósito no fue vender café, sino crear una experiencia sensorial y cultural completa.
El café como comunidad
Starbucks emergió en una época donde las cafeterías en Estados Unidos eran utilitarias: espacios para obtener cafeína rápidamente. Los fundadores apostaron por algo diferente.
Inspirados por las cafeterías europeas, imaginaron un espacio donde las personas no solo bebieran café, sino que convivieran, leyeran, debatieran o trabajaran. Así, diseñaron las tiendas con mobiliario cómodo, iluminación tenue, música ambiental cuidadosamente curada y un fuerte énfasis en el aroma a café tostado.
La atención personalizada fue una prioridad: los baristas sabían los nombres de los clientes, recordaban sus bebidas favoritas y ofrecían una experiencia cálida. La personalización radicaba en permitir que los clientes eligieran el tipo de leche, el nivel de espresso o la temperatura de la bebida, se convirtió en una herramienta poderosa para aumentar la fidelidad y el ticket promedio, y contribuyó a posicionar a Starbucks como una extensión del hogar y la oficina.
Orígenes del grano y su romanticismo
La historia del café está impregnada de leyendas y simbolismos. La más conocida sitúa su descubrimiento en Etiopía en el siglo IX, cuando el pastor Kaldi notó que sus cabras se comportaban eufóricamente tras consumir unas bayas rojas.
Kaldi probó las bayas y experimentó un aumento de energía, lo cual llevó el hallazgo a los monasterios, donde los monjes preparaban una infusión para mantenerse despiertos durante la oración nocturna. Con el paso del tiempo, el café cruzó el Mar Rojo hacia Yemen, donde se convirtió en una bebida ritual.
En los siglos posteriores, las casas de café se extendieron por el mundo árabe y luego por Europa, donde se transformaron en centros de debate político, literario y filosófico. En ciudades como Londres y París, estos espacios fueron clave para la Ilustración. En América, las cafeterías se volvieron puntos neurálgicos para movimientos de independencia y economía, siendo el Green Dragon de Boston un semillero de revolución y el Tontine Coffee House el lugar donde nació la Bolsa de Nueva York. Así, el café se consolidó como catalizador de ideas y de comunidad.
La evolución técnica del café
Durante siglos, la preparación del café fue artesanal y doméstica. Pero en el siglo XIX comenzaron a surgir avances tecnológicos que cambiarían radicalmente la forma de consumirlo. Las cafeteras de filtro, desarrolladas en Francia, permitieron una preparación más limpia y rápida.
A inicios del siglo XX, en Italia, Luigi Bezzera diseñó una máquina capaz de preparar café a alta presión, dando origen al expreso y a la icónica crema superficial. Esta innovación convirtió al barista en un artista técnico.
Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, el café instantáneo cobró protagonismo: Nestlé perfeccionó el proceso de deshidratación que permitía conservar el sabor y aroma del café, haciéndolo accesible en situaciones extremas.
Si bien la calidad se reducía, el impacto fue masivo, democratizando aún más su consumo. Estas innovaciones reflejan la evolución constante entre practicidad y pureza, entre velocidad y experiencia, que continúa definiendo la industria del café hasta hoy.
El nacimiento del gigante
Alfred Peet, con raíces holandesas y una visión radical sobre el café, introdujo a los consumidores estadounidenses a un nivel de calidad que hasta entonces desconocían. Seleccionaba granos de origen único y los tostaba oscuros, realzando notas complejas.
En este entorno se formaron los fundadores de Starbucks, que vieron en Peet un mentor. Décadas después, Howard Schultz, entonces ejecutivo en una empresa de cafeteras, visitó una tienda Starbucks y quedó cautivado.
En un viaje posterior a Italia, Schultz descubrió la cultura cafetera europea: los espresso bars como puntos de encuentro donde los clientes eran tratados como parte de una familia. Esa visión lo transformó. Para Schultz, Starbucks podía ser mucho más: una red de espacios públicos “privados” donde las personas se conectaran emocionalmente mientras tomaban una bebida de calidad. Esta intuición marcó el comienzo de una revolución.
El visionario excluido
Schultz propuso convertir a Starbucks en una cadena de cafeterías de servicio completo. Sus socios originales, centrados en la venta de granos tostados, no compartían esa visión. Finalmente, le permitieron probar el concepto en una de las tiendas.
El éxito fue inmediato: la barra de bebidas superó en tráfico al resto de la tienda. Sin embargo, los fundadores no estaban dispuestos a reformular todo el modelo de negocios. Schultz, convencido de su idea, fundó Il Giornale, una cadena que encarnaba su visión.
Recaudar fondos fue un desafío monumental: tocó 242 puertas, recibió 217 negativas, pero persistió. Su perseverancia, carisma y visión inspiraron a los inversionistas adecuados. Il Giornale fue un éxito inicial que preparó el terreno para el gran movimiento: adquirir Starbucks.
El rescate estratégico
En 1987, Schultz compró Starbucks por 3.8 millones de dólares. El trato estuvo a punto de ser frustrado por un inversionista que intentó adquirir la empresa por su cuenta, pero una intervención de Bill Gates Sr. —abogado y figura de influencia en Seattle— fue clave para que Schultz cerrara la operación.
Ya como dueño, Schultz implementó su visión de forma sistemática. Abrió tiendas en ciudades cuidadosamente seleccionadas, desarrolló manuales de capacitación para baristas, diseñó cada tienda con atención al mobiliario, sonido y olor.
La expansión fue meticulosa: conquistar una ciudad antes de pasar a la siguiente. En pocos años, Starbucks pasó de ser un concepto local a una marca nacional con vocación global.
Factores del éxito de Starbucks
Starbucks alcanzó su apogeo gracias a un modelo que combinaba eficiencia financiera con obsesión por los detalles. Schultz mantuvo un riguroso control de márgenes y flujo de caja.
Invirtió en programas de fidelización, en diseño de productos y en formación de empleados. Los “partners” —como llama a sus empleados— recibieron acciones antes del IPO, lo que incentivó el compromiso.
Schultz también se rodeó de un equipo ejecutivo sólido, incluyendo a Howard Behar, promotor del liderazgo al servicio, y Orin Smith, quien fortaleció las finanzas. Starbucks firmó alianzas estratégicas con empresas como United Airlines, PepsiCo y Costco, y desarrolló productos icónicos como el Frappuccino. Todas estas decisiones posicionaron a la marca como referente global, sin necesidad de gastar grandes sumas en publicidad tradicional.
El primer colapso y regreso
Tras la salida de Schultz en 2000, la compañía mantuvo un crecimiento agresivo, pero fue perdiendo su esencia. Durante la crisis financiera de 2008, Starbucks enfrentó por primera vez una caída en ventas comparables.
Schultz regresó como CEO, envió un memorando contundente denunciando la “dilución de la experiencia Starbucks” y tomó decisiones radicales: cerró 600 tiendas, reentrenó a todos los baristas, rediseñó las tiendas y relanzó la cultura de la empresa.
Implementó también un nuevo formato: el Starbucks Reserve Roastery, una especie de templo del café que combinaba espectáculo y sofisticación. El impacto fue inmediato: las ventas repuntaron y la moral interna se recuperó. Su regreso confirmó que Starbucks no podía sobrevivir al éxito sin proteger su alma.
El ciclo se repite
Con nuevos CEOs, Starbucks volvió a poner énfasis en la digitalización: desarrollo de la app, pedidos móviles, sistemas automatizados. Aunque esto mejoró la eficiencia operativa, disminuyó la conexión humana en tienda.
Howard Schultz, preocupado por la creciente desconexión, regresó en 2022 para intentar reconducir la marca. Nombró a Brian Niccol, ex CEO de Chipotle, como su sucesor. Niccol tenía un historial exitoso en recuperación de marcas, pero enfrentaba un reto complejo: liderar una empresa que, aunque fuerte en ingresos, mostraba síntomas de pérdida de relevancia cultural.
El reto no era solo vender más café, sino recuperar la magia original de Starbucks como espacio de encuentro y experiencia emocional.
El dilema actual
Hoy, Starbucks atiende a más de 100 millones de clientes cada semana, pero enfrenta una caída preocupante en las ventas comparables, especialmente en mercados clave como Estados Unidos y China.
La estrategia de subir precios para mantener ingresos ha generado críticas. Además, la expansión digital —aunque eficiente— ha sido cuestionada por erosionar la experiencia física en tienda.
Brian Niccol, cuya experiencia previa fue mayormente en fast food, deberá demostrar que puede liderar una empresa donde el producto va más allá del café: se trata de construir una atmósfera, una narrativa y un vínculo emocional. Los próximos años definirán si Starbucks puede reinventarse por tercera vez sin perder lo que la hizo única.
La historia de Starbucks es un testimonio de cómo una empresa puede cambiar la cultura de consumo a escala global. Pero también es una advertencia sobre los riesgos de alejarse de la esencia.
A lo largo de décadas, Schultz y su equipo construyeron algo más que una marca: una comunidad, una filosofía, una experiencia. Starbucks no es solo una cadena de cafeterías: es una metáfora del equilibrio entre tradición e innovación, entre eficiencia y sensibilidad humana.
Si logra conservar ese delicado balance, podrá seguir siendo el lugar donde millones de personas encuentran un momento de conexión en medio del caos cotidiano.

10 consejos de negocio que aprendemos de la historia de Starbucks
- Construye una marca alrededor de una experiencia, no solo de un producto
Starbucks no solo vendió café, sino que creó un entorno sensorial y emocional alrededor del consumo: aroma, ambiente, música, personalización y ritual social. La experiencia fue tan importante como el producto. - Identifica oportunidades de innovación cultural, no solo tecnológica
Howard Schultz detectó en Italia un modelo cultural replicable: las cafeterías como lugares de encuentro. No se trató de inventar algo nuevo, sino de adaptar con sensibilidad una práctica extranjera a un nuevo mercado. - La consistencia operacional puede escalar sin perder calidad, si hay procesos sólidos
Starbucks estandarizó la experiencia en todas sus tiendas del mundo sin sacrificar calidad, gracias a una meticulosa documentación de procesos y entrenamiento intensivo. - Sé persistente con tu visión, incluso ante el rechazo masivo
Schultz fue rechazado por 217 inversionistas antes de obtener financiamiento. Su historia muestra que la perseverancia con una visión clara puede abrir puertas incluso en contextos adversos. - El liderazgo centrado en las personas construye culturas duraderas
La filosofía de Starbucks integró valores como el “servant leadership” y convirtió a sus empleados en socios con acciones. Esto no solo mejoró la moral, sino que también impulsó la lealtad y el desempeño. - Cuida el “core” de tu negocio: lo que te hizo relevante en primer lugar
La pérdida de ventas durante la crisis de 2008 coincidió con decisiones que habían diluido la experiencia original. La recuperación de Starbucks empezó cuando Schultz reconoció públicamente esa desviación y volvió a lo esencial. - Expándete con estrategia local, no con ambición ciega
Starbucks creció ciudad por ciudad, entendiendo las dinámicas locales y aliándose con socios estratégicos. Evitó una expansión acelerada que comprometiera su modelo. - Escucha a tus clientes: muchas innovaciones provienen de ellos
La personalización del menú surgió de peticiones de los propios consumidores, no de un equipo de I+D. Estar cerca del cliente permitió a Starbucks mejorar su oferta continuamente. - Tener una aplicación o tecnología fuerte no sustituye la experiencia humana
Aunque la app de Starbucks ha sido un caso de éxito, el caso de Starbucks nos advierte sobre los riesgos de depender demasiado de lo digital, si se sacrifica el contacto humano que dio origen a la marca. - A veces es necesario regresar para reconstruir
La figura de Schultz demuestra que los fundadores —cuando conservan la visión y los valores— pueden ser clave en momentos de crisis. No se trata solo de crear, sino de saber cuándo volver para rescatar lo construido.