Los diagnósticos falsos de Theranos

Elizabeth Holmes nació en 1984 en Washington D.C., hija de Christian Holmes IV, un alto ejecutivo que llegó a ser vicepresidente en Enron, la empresa que protagonizó uno de los escándalos corporativos más sonados de la historia.

Aunque no existen pruebas de su implicación directa en el fraude, el nombre de la compañía no deja de ser simbólico. La familia Holmes había pertenecido generaciones atrás a la élite económica estadounidense, pero con el paso del tiempo su fortuna se había diluido.

Elizabeth creció con una fuerte nostalgia por ese pasado de esplendor y una marcada determinación por restaurarlo. Desde temprana edad demostró una inteligencia excepcional, una inclinación natural por la ciencia y la tecnología, y una ambición desmedida.

En la preparatoria, comenzó a vender compiladores de C++ a universidades chinas, una actividad que ilustraba su dominio técnico y visión comercial. Esta etapa fue solo el preludio de un perfil que combinaba el genio con una cuidada estética pública.

Su imagen, marcada por ojos intensos, cabello recogido y un guardarropa monocromático de cuello de tortuga negro, sería parte clave de su marca personal y una referencia directa a Steve Jobs, modelo que imitó deliberadamente no solo en su vestimenta, sino también en su retórica de líder visionario.

De Stanford a Silicon Valley

Holmes ingresó a la Universidad de Stanford para estudiar ingeniería química, una carrera que la colocaba en una de las mejores instituciones del mundo en ciencia e innovación. Durante su estancia allí, trabajó con el profesor Channing Robertson, una figura influyente que más tarde se uniría a su aventura empresarial, y cuya presencia legitimaría ante los inversionistas las aspiraciones de Holmes.

En un verano clave, Elizabeth realizó una pasantía en un laboratorio de Singapur especializado en la detección de SARS a partir de pequeñas muestras de sangre y moco. Esta experiencia fue trascendental para la concepción inicial de su idea: revolucionar la salud a través del análisis de muestras mínimas.

Pronto decidió abandonar Stanford, siguiendo el ejemplo de otros íconos tecnológicos, y lanzarse al mundo del emprendimiento. Su primer intento fue una empresa enfocada en parches transdérmicos para la administración de medicamentos. Aunque este proyecto inicial no prosperó, marcó el inicio de su narrativa pública como emprendedora incansable, y sembró la semilla para la creación de Theranos.

La promesa de Edison

Theranos, fundada en 2003, recibió un millón de dólares en inversión en su primer año, seguido por 7 millones en 2004 y 16 millones en 2005. En tan solo una década, la compañía alcanzó una valuación de 9,000 millones de dólares, una cifra espectacular considerando que aún no tenía un producto validado en el mercado.

La pieza central del proyecto era la máquina “Edison”, diseñada para realizar hasta 240 pruebas con una sola gota de sangre extraída del dedo del paciente. Esta innovación tenía el potencial de transformar completamente el sistema de salud: reducir costos, evitar el uso de agujas, eliminar pasos intermedios y democratizar el acceso a diagnósticos.

Elizabeth Holmes, que conservaba el 50% de la compañía, fue celebrada como una visionaria moderna. A sus menos de 30 años, se convirtió en la multimillonaria más joven hecha por sí misma. La historia parecía un sueño cumplido: una mujer joven, brillante y determinada, liderando la siguiente gran revolución tecnológica desde Silicon Valley. Pero esa narrativa, tan poderosa como frágil, ocultaba inconsistencias técnicas fundamentales.

Expansión y respaldo institucional

A pesar de las limitaciones tecnológicas del Edison, Theranos logró cerrar contratos con gigantes como Walgreens y Safeway. Incluso el estado de Arizona modificó su legislación sanitaria para permitir que los ciudadanos pudieran hacerse pruebas sin necesidad de receta médica, un cambio impulsado por la influencia de la empresa.

Además, la firma atrajo una impresionante cartera de inversionistas, incluyendo a Carlos Slim, los Walton (familia fundadora de Walmart), Rupert Murdoch, Betsy DeVos y otros líderes empresariales y políticos. El respaldo de personalidades como George Shultz, exsecretario de Estado de EE. UU., le confirió a Theranos una legitimidad institucional pocas veces vista en el mundo de las startups.

Los medios no tardaron en sumarse a la narrativa: Holmes era descrita como “la nueva Steve Jobs“, y la empresa se convirtió en símbolo de la innovación disruptiva. La combinación de juventud, ambición, misterio y promesa social fue irresistible para inversionistas, medios y el público.

La verdad comienza a filtrarse

Todo comenzó a derrumbarse en octubre de 2015, cuando Tyler Schultz, nieto de George Shultz y exempleado de Theranos, denunció irregularidades al periodista John Carreyrou del Wall Street Journal.

La investigación reveló un patrón sistemático de engaños: de las 240 pruebas prometidas por la máquina Edison, solo 15 eran realmente procesadas en ella. El resto se realizaba en máquinas convencionales de Siemens, usando muestras de sangre diluidas más allá de los parámetros clínicamente aceptables.

Esto no solo implicaba resultados imprecisos, sino también un potencial riesgo para la salud de los pacientes. Además, Theranos había engañado a los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid para obtener la certificación CLIA, presentando información manipulada.

Internamente, la compañía era un entorno hermético donde los equipos técnicos y comerciales trabajaban por separado, y la cultura corporativa promovía el secretismo absoluto. Las alarmas comenzaban a sonar, y la historia perfecta empezaba a agrietarse.

Tras la publicación del artículo de Carreyrou, la FDA actuó con rapidez y suspendió las operaciones de Theranos. Medicare retiró a la empresa de su red de proveedores, y los contratos con Walgreens, Safeway y otras aseguradoras fueron cancelados.

La compañía comenzó a recibir demandas millonarias por fraude y negligencia. Holmes enfrentó una crisis sin precedentes. Sunny Balwani, su pareja sentimental y COO de Theranos, fue señalado como el ejecutor de muchas de las estrategias de ocultamiento.

Su papel era crucial: no solo bloqueaba el acceso a Holmes, sino que imponía una cultura de miedo y sumisión. A medida que las investigaciones avanzaban, quedaba claro que el sistema entero había sido construido sobre una narrativa cuidadosamente fabricada. La ilusión se desmoronaba con cada nueva filtración.

Intentos desesperados y caída de valuación

En junio de 2016, la valuación de Theranos cayó de 9,000 millones a apenas 800 millones de dólares. Holmes, pese a seguir siendo accionista mayoritaria en teoría, perdió todo valor económico real de sus participaciones debido a la estructura preferente de los fondos de capital de riesgo.

En un intento por mantener viva la empresa, presentó un nuevo dispositivo: el “MiniLab”, supuestamente más avanzado y fiable que el Edison. Pero el escepticismo era generalizado. Se cuestionaba no solo la viabilidad comercial del aparato, sino incluso la posibilidad física de que tal tecnología existiera.

En octubre de ese año, el 43% del personal fue despedido. Aun así, Holmes persistía en su discurso sobre cambiar el mundo, aferrándose a una visión que ya nadie respaldaba, excepto Balwani.

La doble cara de Elizabeth Holmes

Durante el juicio de 2018, Holmes presentó una imagen radicalmente distinta. Desaparecieron los labios rojos y el peinado pulcro. Su tono de voz se suavizó, y su presencia pública se volvió más contenida.

Apareció embarazada, un detalle que no pasó desapercibido para la opinión pública y que muchos interpretaron como una maniobra para humanizar su imagen ante el jurado. La SEC la acusó formalmente de haber mentido a los inversionistas, inflando cifras y presentando pruebas falsas.

Fue inhabilitada para ejercer cargos ejecutivos por una década y obligada a pagar una multa compuesta por efectivo y acciones sin valor. A pesar de todo, Holmes jamás reconoció haber cometido fraude. Alegó que “perdió la narrativa, pero no la misión”, sugiriendo que su intención original nunca fue defraudar, sino transformar la salud pública. Sus palabras, sin embargo, no convencieron a los tribunales ni a la opinión pública.

Sentencia y reflexión final

En noviembre de 2022, Holmes fue sentenciada a 11 años y 3 meses de prisión por fraude a los inversionistas. A diferencia de Balwani, quien recibió 13 años por el daño directo a pacientes, su condena se centró en los perjuicios financieros.

Cumple su condena en una prisión de mínima seguridad en las afueras de Houston, donde tiene acceso a ciertos beneficios, incluyendo visitas con sus hijos y posibilidad de lactancia. Su segundo hijo nació poco antes del encarcelamiento, un hecho que marcó el tono de los últimos días del juicio.

Aunque la sentencia puso fin a uno de los escándalos más notorios de Silicon Valley, muchas preguntas siguen abiertas sobre la responsabilidad colectiva y el poder de las narrativas carismáticas.

El caso de Theranos no fue responsabilidad exclusiva de Elizabeth Holmes. Las agencias regulatorias fallaron al no realizar inspecciones rigurosas ni verificar de forma independiente los resultados. La prensa contribuyó a consolidar el mito sin ejercer un periodismo de investigación crítico. Los inversionistas, incluso los más sofisticados, fueron víctimas de su propio entusiasmo y miedo a quedarse fuera.

El colapso de Theranos es una advertencia clara sobre los peligros de idealizar sin verificar, de creer en líderes carismáticos sin exigir pruebas, y de construir imperios sobre promesas sin fundamento.

Chisme Corporativo - Theranos

10 consejos de negocio que aprendemos de Theranos

  1. Valida tecnológicamente antes de escalar comercialmente
    Antes de buscar inversión o cerrar acuerdos comerciales, asegúrate de que tu producto funcione correctamente. La expansión sin validación técnica genera riesgos graves para la reputación y viabilidad del negocio.
  2. No confundas visión con ficción
    Tener una gran visión es positivo, pero es fundamental distinguir entre lo que se espera lograr a futuro y lo que realmente puede hacerse hoy. Prometer más de lo que se puede cumplir puede convertirse en fraude.
  3. Cuida la transparencia con inversionistas
    Ser honesto con los inversionistas sobre el estado actual del producto y los riesgos involucrados es esencial. Las mentiras, aunque sean bienintencionadas, deterioran la confianza y pueden derivar en consecuencias legales.
  4. Evita el culto a la personalidad en la empresa
    El exceso de poder concentrado en una figura carismática puede generar entornos poco críticos y opacos. Fomentar una cultura organizacional saludable y abierta al cuestionamiento es vital para el control interno.
  5. No ignores los aspectos regulatorios
    Cuando se trabaja en sectores como salud, finanzas o alimentación, cumplir con las normativas no es opcional. Eludir requisitos regulatorios puede llevar al colapso de la empresa.
  6. Escucha a los empleados, incluso a los disidentes
    Las alertas tempranas muchas veces provienen del interior de la empresa. Crear canales seguros para denunciar irregularidades y actuar con base en esas señales puede evitar crisis mayores.
  7. Sé consciente de las implicaciones éticas del negocio
    Si tu producto o servicio tiene impacto directo en la salud o la vida de las personas, la responsabilidad es aún mayor. Un mal diagnóstico no solo es un fallo técnico, es un riesgo humano.
  8. Ten un plan de contención para crisis
    Cuando las cosas comienzan a fallar, es importante saber cuándo detenerse, comunicar con transparencia y replantear el rumbo. Persistir en el error agrava el daño.
  9. El prestigio no sustituye a la evidencia
    Contar con respaldo de universidades, políticos o empresarios no puede sustituir los datos reales. Las decisiones de negocio deben basarse en resultados verificables, no en reputaciones.
  10. Revisa continuamente la gobernanza corporativa
    Una junta directiva funcional, diversa y técnicamente preparada puede ofrecer contrapesos y orientar mejor la dirección de la empresa. Su papel no debe ser decorativo, sino activo y riguroso.